domingo, 31 de julio de 2011

Mucha gente se atreve a afirmar que el viaje de ida se vuelve mucho menos pesado que el de vuelta y en cierto modo, en la mayoría de los casos y las personas es cierto aunque en este caso no es aplicable a mi. No tiene nada que ver con que esté en la adolescencia pues mis pensamientos siempre los he tenido muy claros. Más que claros, clarísimos. Detesto ir al sur de España, es como un horno y por desgracia a mis padres les encanta la zona mientra que yo, totalmente contraria a ellos prefiero el norte donde las temperaturas son mucho más suaves y agradables para mi. Y por un año esperaba poder quedarme en casa, ya soy lo bastante mayor como para estar sola en casa o en caso de que no quisieran que estuviese yo sola podría haber ido a casa de mi abuela pero tras formular la pregunta, mis padres se miraron el uno al otro y sin decirse ni mu me dieron la definitiva negativa. No volvía preguntar nada con la condición de que me dejaran tranquila y así fue como comenzó mi viaje sumido en la más clara indiferencia.

Una vez en aquel pequeño apartamento traté de tranquilizarme, me cogí un libro y tumbé en una de las amacas había en la terraza dispuesta a no discutir, dispuesta a evadirme de todo pero ni siquiera fueron capaces de respetar su poromesa de dejarme tranquila. Día tras día, mañana tras mañana oía la misma perorata de mi madre "Venga cariño, vente a la playa y tomemos el sol" a lo cual yo me negaba con la máxima educación que era capaz de portar. Claro que, eso aún era soportable pues tan solo quería pasar tiempo conmigo pero las cosas se tornaban cada vez más y más oscuras. Mi madre no era capaz de callarse, cada día sacaba uno de mis defectos a relucir y comenzaba a criticarlo hasta que lo daba finalmente por fulminado. ¡Y todo eso durante 15 días! Claramente yo me negué a volver a salir con ellos, no quería dar paseos por la noche con una persona que me hacía eso pues aunque me importa una mierda lo que digan de mi los demás es muy diferente cuando la que lo hace es tu propia madre. Aún con todas estas críticas no di ni una sola queja, tan solo callé durante el resto de vacaciones como si aquellas personitas no existieran.

La alegría no volvió a mi hasta que llegó el día de volver a mi casa pero tampoco esta duró demasiado. En el viaje de vuelta se puso a rebuscar por el coche aún cuando yo ya le había dicho que había mirado por todas partes y no había encontrado el objeto que buscaba. Guardándome la rabia que se iba acumulando más y más en mi interiorme senté en el asiento, cogí mis cascos y me puse música rock a todo volumen. No quería escuchar lo que pensaba, ¿es que no podía guardarse toda aquella mierda para ella? Durante un par de minutos pareció que mis deseos se hacía realidad pero me temo que canté victoria demasiado pronto. Otro vómito de palabras comenzaba a salir de su boca pronunciando el único complejo que tengo. Podía llamarme gilipollas, decirme que no hacía nada, que no visto bien e incluso criticar cada uno de mis movimientos pero no meterse con mi peso. En aquel momento fue cuando estallé, cuando mi vaso se revasó por completo haciendo que enloqueciera.

Ya había soportado demasidas cosas y de verdad lo juro, ya no podía más...Desde ese día, todo son restricciones, es imposible que haga mi vida tranquila porque ya están ellos dos a la defensiva. Listos para fusilarme. No sé muy bien que hacer pero de lo que estoy segura es de que esto tiene que acabarse cuanto antes...

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